REPUBLICANOS ESPAÑOLES EN SACHSENHAUSEN

Francisco Largo Caballero

Madrid, 15 de octubre de 1869

Madrid, 15 de octubre de 1869 – París, 23 de marzo de 1946

Dirigente socialista y presidente del Consejo de Ministros de la II República (1936-1937). Exiliado en Francia y deportado a Orianenburg-Saschenhausen el 31 de julio de 1944, con matrícula 69040. Después de la liberación y tras una breve estancia en Moscú, se instaló en París, donde murió. Fue enterrado en el cementerio Pierre Lachaise y sus restos no pudieron ser repatriados a España hasta el mes de abril de 1978.

Largo Caballero en Saschenhausen

Artículo publicado en el Boletín Nunca Más de la Amical de Mauthausen y otros campos y de todas las víctimas del nazismo de España. Núm. 54 de abril del 2017.

Dado su interès reproducimos –gracias a la deferencia de la Amical de Saschenhausen- el testimonio de José Carabasa (deportado con matrícula 58530), entorno a su internamiento en el campo de Saschenhausen y su relación con el también deportado Francisco Largo Caballero (traducido de Souvenons-nous. Oranienburg-Saschenhausen, núm. 220. Diciembre 2016):

Largo Caballero llegó al campo de concentración de Oranienburg-Saschenhausen en un convoy del mes de abril de 1944 y recibió la matrícula 64400. Como todos, pasó por la desinfección y la ducha y acabo en manos del barbero para un rapado integral.

El peluquero era español y su nombre era Bernat García. Había vivido en Badalona y fue el primero en entrar en contacto con Largo Caballero. En seguida se pasó la notícia al Vorarbeiter responsable de la desinfección, que había combatido en la guerra de España con las Brigadas Internacionales. Conocía pues a Largo Caballero, que era el Presidente del Gobierno y Ministro de Guerra el 1937. Gracias a que tenía relaciones internas lo envió al Revier (enfermería) para evitar que lo alojaran en un barracón ordinario.

Desde su llegada al Revier fue puesto en manos de doctores (internos) de tendencia socialista, que se ocuparon de él y lo protegieron hasta el final. Al tener autoridad en los barracones, aunque no estaba enfermo, lo camuflaron para que no tuviera que suportar la vida tan dura de los otros deportados.

Mi trabajo en la cocina me permitía circular por el campo y lo aprovechaba para visitar los compañeros hospitalizados en el Revier. Así les podía proporcionar, de vez en cuando, un poco de alimento (sopa y pan) como muestra de solidaridad.

Fue durante una de estas visites que me encontré con Largo Caballero. Al ver mi vestido de cocinero y como primer contacto me dijo: “La sopa de hoy era muy buena pero lástima que no había mucha”. Era una manera de expresar que cuando una persona tiene hambre todo lo encuentra bueno. De hecho aquella sopa solo estaba hecha con hierbas, coles y algunas patatas hervidas en agua y un podo de harina.

Después durante otra visita, mientras estábamos hablando sentados en un banco cerca de la enfermería y después de haber repasado los hechos de la guerra de España, me permití hacerle una pregunta, no como crítica sino sobre todo como un estudio de la sociedad:

“Don Francisco si, cuando usted era ministro y yo, José Carabasa, combatiente en el frente de Aragón, os hubiera enviado una carta directamente, habríais dicho seguramente ¿Quién es este personaje que se permite escribirme? Me habrían castigado con un mes de arresto. Hoy, ya lo veis, estamos los dos juntos pero usted en un lado y yo, sin título, en el lado donde os puedo salvar, o al menos mejorar la moral del estómago. Me respondió que tenía razón pero que la Sociedad es como es”.

La solidaridad se ejercía en todos los órdenes y no solo en el Revier. Un día, des de un barracón nos hicieron saber de la llegada de un nuevo camarada español, me di prisa para darme a conocer. Quedé impresionado por su delgadez y supe que llegaba de Francia y que había combatido en el maquis del Vercors. Le prometí que lo volvería a ver i de regreso a la cocina lo expliqué a nuestro camarada Fredo Rey, nacido en Grenoble, que quedó impresionado por la noticia. Decidimos ayudar al recién llegado con todos los medios de que disponíamos: sopa, pan, etc. Poco tiempo después Fredo recibió un paquete de Francia y, escuchando solo a su corazón, lo ofreció a nuestro protegido. Un mes más tarde, ya se podía poner de pie, cosa que Largo Caballero comentó que se parecía a Bibendum Michelin.

El 21 de abril de 1945 al levantarnos notamos una agitación anómala en el campo. Todo el mundo circulaba de un block a otro. Supimos que los SS preparaban la evacuación del campo ya que estábamos a 30km de Berlín y el ejército soviético se acercaba a la capital del Reich. La orden de evacuación se dio de madrugada. Fuimos agrupados en columnas de 500 detenidos, bajo el mando de un capitán SS y guardados por soldados SS cada 10 metros.

Los españoles, antiguos combatientes antifranquistas, aprovechamos la ocasión para reagruparnos en la misma columna para poder suportar mejor aquella última prueba.

Yo fui a la enfermería para pedir a Largo Caballero si quería unirse a nosotros, me lo agradeció y me dijo que él marcharía con los médicos; para ellos había camiones y así le resultaría más cómodo a sus 70 años. Entonces marchamos sin él. Más tarde nos dijeron que no encontró plaza en los camiones y que se incorporó a la última columna. Los SS que dirigían la columna al escuchar el Ejército Rojo que se aproximaba tenían prisa en huir i no ser apresados por los rusos. Su impaciencia creciente se transformó pronto en furor y los últimos de la columna los escuchaban gritar Schnell! Schenell!, Los! (rápido, rápido, adelante). A un soldado que le reclamaba que acelerara el paso, Largo Caballero le dijo quién era y el SS le respondió con una gran patada que lo hizo caer al suelo.

Este episodio pasó a la salida del campo y el SS lo dejó solo tirado al suelo. Tan pronto como recobró el ánimo, regresó al campo y se reintegró a su lugar en la Revier. No sabía que después de la evacuación estaba previsto destruir aquel testigo de la miseria física de tantos deportados. Por suerte el rápido avance de las fuerzas soviéticas les impidió la destrucción.

El 22 de abril de 1945 el campo fue liberado por el ejército soviético. Los liberadores estaban dirigidos por un polaco, antiguo Brigadista Internacional en Madrid. Cuando supo que Largo Caballero estaba en el campo quedó sorprendido y lo comunicó a su jefe de estado mayor. Decidieron entonces evacuarlo a Moscú, en avión, para cuidarlo en un hospital. Cuando estuvo restablecido lo enviaron a París.

En nuestras visites dominicales a los camaradas del Revier discutíamos la situación militar en las proximidades del campo, ya que los civiles alemanes que trabajaban en las fábricas nos daban informaciones que recibían de los comunicados de radio, y nosotros creíamos que seríamos liberados en una semana por el Ejército Rojo. Pero Largo Caballero era pesimista e inquieto, ya que habría preferido esperar ocho días más y ser liberado por los americanos. En esta situación la falta de suministros en la cocina no habría permitido alimentar a todos los enfermos del Revier y ocasionado muertes suplementarias. (…)

José Carabasa. Matrícula 58530

Testimonio de la liberación de Saschenhausen

Largo Caballero daba testimonio de su liberación en su libro Mis recuerdos, editado en México DF por Ediciones Unidas en 1976.

Con el cuerpo dolorido me levanté al día siguiente temprano. Quería ver el campo después de la evacuación. Lo primero que observé fue que no había guardia; los centinelas habían desaparecido. ¡Éramos libres! Gritaba en mis adentros. Entré en las oficinas de los SS donde estaba todo desordenado. Cajones, ficheros, carpetas y papeles tirados por el suelo daban la sensación de haber estado saqueado por un grupo de bandidos. (…) Averigüé que el personal del hospital, que yo creía inocentemente que era mi protector, había marchado a la una de la madrugada. Solo quedaban el médico cirujano francés, el oculista, también francés y un paciente belga. Este era todo el personal que habían dejado para atender a más de mil enfermos, algunos de ellos muy graves. Prácticamente el Hospital quedó abandonado (…).

A las diez de la mañana izaron la bandera con la Cruz Roja (…). A las cuatro y veinte de la tarde entró un oficial ruso y todos los que pudieron andar salieron a recibirle. Le abrazaron y besaron; era el heraldo de la libertad. Visitó algunas salas del Hospital y se marchó. Al día siguiente, lunes 23 de abril, volvieron los rusos; abrieron los almacenes de los SS en los que había jamones, tocino, pan, vinos, legumbres secas y tabaco y todo fue tomado por los presos, pues los rusos no querían nada. También dejaron allí los alemanes motos y bicicletas, La desbandada había sido precipitada y total.

El martes día 24, salí del campo y llegué hasta la carretera de Berlín; nadie impidió que me marchase, pero como no podía andar y nadie me entendía ni yo comprendía el alemán, ni sabía a dónde dirigirme, decidí quedarme y esperar los acontecimientos. Por la tarde entraron los oficiales polacos; hablaron con sus compatriotas y al enterarse de que yo estaba allí, me hicieron salir de la barraca y me saludaron afectuosamente. Dos de ellos hablaban francés mejor que yo y nos entendimos; (…) Pasaron dos horas y llegaron otros oficiales polacos que iban directamente a verme. Conversamos en francés y me preguntaron cuándo pensaba salir de allí. Les contesté que no lo sabía y entonces uno de los oficiales me dijo que iba a hablar con el General en Jefe para enterarse si estaba dispuesto a ponerme en libertad. Al poco rato volvió para comunicarme que el General había dado orden de que me sacaran del campo inmediatamente.